Yo tendría cinco años.
Se acercaba la época de carnavales y en el colegio enviaron una circular a los padres, comunicándoles que la temática de aquel año era el circo y que a mi curso le había tocado el disfraz de “vendedores de palomitas”.
La circular la enviaban en papel y sin sobre a través del medio logístico más fiable y rápido de la época: los propios alumnos.
A mí muchas veces se me olvidaba llevar las circulares a casa y cuando las llevaba, luego no me acordaba de dárselas a mis padres.
Aquel día sí.
Llevé la circular a casa para que la leyeran mis padres. Y sí, se la di.
– ¡Jolines Borja!, ¡menuda chulada de disfraz que os ha tocado! – dijo mi madre. – Vale, pues ya vamos a hacer un disfraz chulo, chulo, para el día de carnavales en el cole.
La propuesta era muy sencilla. Así debía ser. Apta para cualquier bolsillo y que no fuese difícil de realizar. La idea era que padres y niños compartieran tiempo e hicieran manualidades juntos.
El disfraz de repartidor de palomitas consistía en llevar una caja de lo que serían palomitas, chucherías y bebidas colgando al cuello y que esta reposase en la cintura. Nada más.
No había ningún traje especial aparte de llevar gorra, y ni si quiera era necesario meter palomitas, chucherías y bebidas de verdad. Eso sí, si llevabas algo de comida y/o bebida, había que compartirla con el resto.
Tampoco había más indicaciones: que eso que hiciéramos, pareciera una caja de vendedor de palomitas. Punto.
Desde que se emitía la circular hasta que llegaba el día de carnavales se ensayaba todos los días en el patio del colegio: primero cada clase con su canción. Después, todas las clases de un curso y, finalmente, un ensayo general de todos los cursos antes del día del desfile.
Ponle que, entre pitos y flautas, ese periodo era de unas dos semanas.
Yo creo que en esta intención de que padres y niños compartieran tiempo e hicieran manualidades juntos, había implícita una carga de tremenda buena voluntad mezclada con una realidad bien distinta: los niños echaban una mano en lo que podían y los padres sacaban en esos días todo su potencial.
Yo por mi lado me dediqué a elaborar mejunjes Art-Attack, recopilar cartones, etc. Mis padres consiguieron la caja, el lazo que después uniríamos a la caja para poder llevarla colgada al cuello, etc. Todo con cosas que podían conseguir por casa o en el trabajo.
Uno de los días me enteré de que algunos niños y niñas del curso ya tenían terminado su disfraz.
-¿Pero cómo?- pensé.- Si solo han pasado tres días.
Mientras terminaba de pensar me contaron que habían ido al cine con sus padres y de allí sacaron los botes de bebidas y las cajas de palomitas.
Me puse triste y sentí envidia.
Aquello sonaba de la hostia y yo solo veía la mesa de la cocina de mi casa llena de cartones, rotuladores, cola blanca y cello.
Aquella tarde, mi madre llegó con un papel de regalo de colores (yo recuerdo un amarillo chillón) que tenía motivos de Disney: Mickey Mouse, el pato Donald, Goofy y compañía.
-¿Para qué es ese papel, ama? – le pregunté a mi madre.
-Con este papel vamos a forrar la caja entera y va a quedar super chula, Borja.
-Ya…pero es que la de Ana y Dani va a ser mucho mejor. Ellos llevan cosas de verdad y, además, han ido al cine. – le contesté.
-Seguro que la suya es muy bonita pero ya verááás, la tuya va a molar mogollón.
-Sí, seguro.
-Que síííí´. Ya verááás…
Mi padre cogió la pistola de silicona y mi madre empezó a cortar papel de regalo. Yo estaba sentado con los pies colgando de la silla y con la cabeza apoyada en la mano derecha. Mi cara de debía de ser de poca esperanza, tristeza y pasotismo. Tengo algún vídeo de pequeño con esa cara y así me la imagino.
Tras un rato, aquello empezó a tomar forma.
-¿Qué?, ¿Te va gustando? – me dijo mi padre.
Yo me hacía el duro pero esa caja tenía muy buena pinta. Ya era la hora de cenar y hubo que dejarlo para el día siguiente.
A medida que iba transcurriendo la semana los cuatro cartones y mejunje Art-Attack se habían transformado en uno de los mejores disfraces de “vendedor de palomitas” del mundo y, mientras mis compañeros hacían comentarios relacionados con sus cajas en el colegio, yo permanecí callado. Sin dar demasiadas pistas.
Llegó el día del desfile y aquello podría ser perfectamente la peor pesadilla de un diabético. (Te dejo un par de fotos al final de este post, justo después del cajetín para que me dejes tu correo).
Aquella caja era un espectáculo de color e ingenio.
Recuerdo estar sentado en el suelo de clase con mi gorra roja y mi caja y a mis compañeros mostrándome su admiración por tan buen disfraz.
Este es un bonito recuerdo que tengo de la infancia y uno de los primeros donde mis padres me demostraron que se puede hacer mucho con poco, si sabes exprimir al máximo tus recursos.
Y hablando de exprimir al máximo los recursos disponibles, desde que empecé a trabajar he presenciado muchas situaciones donde veo que las empresas y los organismos tiran el dinero a la basura.
Concretamente, en 2018 conocí a una persona de una empresa bastante importante a nivel mundial que decía (y cito textualmente):
– A mí me quema el dinero en las manos.
Y se reía.
– Tengo ese fallo. Cada vez que me dicen el capital que tengo disponible durante el año, me lo fundo a los tres meses.
A veces no es solo una cuestión de la cantidad de recursos disponibles (mis padres también podrían haberme llevado al cine y conseguido los botes de palomitas y los vasos de bebida), sino de cómo se administran y se invierten con cabeza.
Aquel momento de mi infancia con el disfraz de “vendedor de palomitas” y la lección que extraje es algo que siempre agradeceré a mis padres y que aplico en mi día a día.
Si quieres saber cómo puedes aprovechar la IA al máximo, exprimiendo los recursos que yo utilizo en mi día a día, puedes dejarme tu email y cada día 1 del mes te enviaré un correo.
A veces te daré algo. Otras te venderé. No palomitas, pero sí mis servicios y conocimiento.
Aquí abajo para dejar el email.
Y aquí las fotos del súper vendedor de palomitas:
Chao.